Introducción a la "Decodificación Musical"

LA CAMA DE PROCUSTO

 

 

En las afueras de la mítica ciudad Griega de Eleusis, un pequeño demo de la región de Ática conocida por albergar los santuarios en que se oficiaban los rituales a los misterios de la Diosa de la agricultura Deméter y su hija Perséfone, había una posada atendida por un hombre considerado hijo de Poseidón y cuyo verdadero nombre era Damastes (que significaba “controlador”) pero célebre por su seudónimo que era Procusto (deformación de Procustro que literalmente  significa “estirador” en griego antiguo).

Este posadero ofrecía alojamiento al viajero solitario y lo convidaba a dormir en una cama de hierro. Al dormirse su huésped él lo ataba y amordazaba y cortaba partes de su cuerpo que sobresalieren del lecho o, por el contrario, estiraba a golpes a quienes les sobrara espacio (de aquí su nombre de “estirador”).

 Según otras versiones (sabemos que nuestro registro de la mitología griega se nutre de diversas fuentes) el camastro era regulable y nunca alguien coincidió con la medida. El posadero la alargaba o acortaba a su voluntad para que nadie cupiese en ella.

 

 Viendo que la mera idea de aprender música para la mayoría de las personas y para mí mismo en un primer momento era el entregarse a que un tercero cortara sus partes sobrantes o estirara las que no alcanzaran a llenar el puesto que creían querían alcanzar, y que también las ideas de enseñanza reinantes no diferían con lo demandado sino que eran causa de su propia existencia, es que el presente escrito tiene origen.

 

 La DECODIFICACION MUSICAL surge como una necesidad a lo largo de mis años de experiencia haciendo camino como estudiante y docente.

 Como estudiante pude ser partícipe de diversos programas de estudio en varios niveles, el universitario, el terciario, el nivel de las academias musicales y el conservatorio, siendo parte de todos ellos cada uno en su momento vi desde mi situación de alumno estándares imposibles de lograr con las herramientas que se preveían necesarias y hasta suficientes. Todas ellas siendo utilizadas como limites en lugar de puntos de inicio, solamente podían tener un cometido, el de pasar por un tamiz de conocimientos mínimos según el cual se “igualara” el nivel de cada uno de los alumnos.

 Entonces conocí métodos escritos por personas de otros países con culturas netamente diferentes a las de quien escribe y quienes fueron sus docentes y además, para otros tiempos cerca de un siglo antes (y a veces más) de mis incursiones como estudiante.

 Todo este conjunto de normativas musicales, técnicas y mecánicas darían por resultado el nivel imaginado al principio. 

 El hecho de transitar ese camino da a las claras la conclusión de que no funciona, solamente limita a entrar en el camastro a como dé lugar, deformando nuestras ideas, nuestras emociones, nuestros objetivos, todo tras la idea de esa formación “necesaria”, “compleja”, que fue programada por vaya a saber quién o quienes en alguna reunión para forjar a la fuerza un programa de estudio “universal” para asegurar los conocimientos “mínimos”.

 No importa qué dejemos fuera de los limites siempre que confirmemos la hipótesis que se pretende, instrumentistas que no tocan, profesores que no enseñan ni transmiten y sobre todo músicos que no disfrutan y por tanto no pueden ayudar a que otro disfrute, todo eso es posible tras dejar de lado lo que nos identifica como alumnos, como estudiantes, y conseguir pasar a través de el tamiz planteado propugnando que lo que sobre sea cortado y lo que falta estirado.

 Como docente, he tenido el placer de ayudar a alumnos que, como tanto tiempo yo lo había hecho, conocían la música a través del paradigma anteriormente explicitado, alumnos que querían aprender técnica, sin siquiera tocar o cantar melodías u obras que les gustasen, con la idea de tener que hacerlas porque sí, porque creían que eso los iba a llevar a quien sabe qué lugar, muy inconvenientes y a la vez desagradables repertorios para sí mismos (quiero decir que no les gustaban), sólo porque eran propuestos por desatendidos profesores que pretendían formar instrumentistas “profesionales” sin serlo ellos.

 También he tenido el placer de ayudar a alumnos que ya egresados y con sendos cuadros con diplomas académicos en sus vitrinas, se habían pasado años estudiando sin saber muy bien para qué y descubrieron que sólo pudieron caber en los límites del fatídico catre habiendo sido moldeados para pasar por él por no haber podido ver una alternativa.

 Todos ellos buscando llegar a circunstancias artísticas (y humanas) imposibles, sonar como tal o cual, lograr este o aquel repertorio pero cumplimentando con reglas creadas por otras personas a la vez, en ningún momento cuestionando todo eso y menos aun agregando de sí lo más importante, su identidad. Eso no hacía falta, el falso paradigma permite identificarse a través de él.

 Este falso paradigma según el cual debemos negar todo lo que no sea parte de él nos lleva a una gran frustración personal y a una desvalorización paradójicamente sobre lo que más valor nos da, las características y el gusto que cada uno de nosotros ha desarrollado con el correr del tiempo y con nuestra relación con la música. Nos lleva a ser mejor preparados como críticos que como artistas, creyendo saber qué debería hacerse pero no sabiendo hacerlo, temiendo hacerlo, suponiendo que fuera de él no hay nada, y hasta profesando que quienes admiramos llegaron a ser quienes son por haber pasado por el tamiz limitante y que el resto, es decir, los que no aceptaron pasar por él “hace otra cosa”.

 

 Es necesario que los docentes dejemos de convalidar la situación que convierte a la docencia misma y a la idea general de qué es música en camas de Procusto según las cuales o nos deformamos para confirmar hipótesis previas de otros que escribieron métodos pensando en alguna o algunas personas en particular de otra época de otra parte del mundo con culturas totalmente diferentes a las nuestras de este tiempo y este lugar, o no tenemos posibilidad alguna. Poniendo supuestas ideas de futuro profesionalismo por delante del desarrollo musical en sí mismo, encomendando a nuestros alumnos a la misma fé que nos encomendamos hace años nosotros mismos sin ningún resultado solamente para no probarnos errados, sólo para seguir cabiendo en el mismo hueco de siempre.

 

 El presente escrito es una suma de reflexiones y conclusiones que intentará explicar de la mejor manera posible una alternativa al viejo paradigma, un renacer de nuestra identidad y naturaleza musical por delante de opiniones vetustas que solamente buscan que nos redefinamos hasta confundirnos con su mediocridad e imposibilidad de disfrute sin pensar en ningún momento la existencia fuera del dogma establecido. Es la intención de este texto el ayudar a redescubrir en cada uno de nosotros un punto de partida diferente para abandonar la relación disfuncional con la docencia y con el aprendizaje e integrar esos dos conceptos en nosotros mismos que somos quienes constantemente los hacemos uno experimentándolos y viviéndolos.

 

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